Datos
personales
Me dijo:
– ¿NOMBRE Y
APELLIDO?
–CLARA GARCÍA.
Me dijo:
– ¿EDAD?
Pude decirle...:
“a veces una edad de vieja”. (sonríe).
Porque es así no más. Cuando, por ejemplo, quiero hablar con el Daniel y me
dice...: “no, hoy no, que estoy ocupado”, entonces me siento vieja.
Y también cuando
salgo a la calle y la gente anda con la cara tiesa.
Y cuando me
acuesto y me pongo a pensar...: “Mañana otra vez al taller”.
En cambio...
¿Vio, señora, esos días con poca humedad que una se siente como nueva? Bueno,
ahí tengo otra edad. Y cuando tomo el colectivo y me voy a “La
Salada”, por ejemplo, también. Mire, señora, compare eso del viaje a “La
Salada” con mi salida medio muerta del taller a las seis. ¿Se puede
hablar de una edad que una tiene?
Pero, claro, él
se refería a otra cosa y entonces no le dije nada de todo esto. Le dije...:
–TREINTA Y CINCO
AÑOS.
Me dijo:
– ¿NACIONALIDAD?
Otro lío. Porque
cuando una se pone a pensar en las cosas más sencillas descubre que no son tan
sencillas. ¡Usted, señor!, ¿se puso a pensar alguna vez en las cosas sencillas?
¡Hágalo, es bárbaro lo que se puede descubrir! Mire...: mis padres eran
gallegos; y los primos de mis padres también. Así que crecí entre gallegos. Y la
otra gente hablaba distinto. De chica, mi mejor amiga –¡ay, ¿por dónde andará
ahora?!– era Carmela. Y los padres eran italianos. Yo iba a la casa de ella,
dos piezas más al fondo que la mía. Y en la pared tenían un retrato de un señor
que miraba con los ojos muy abiertos. Después supe que era Benito Mussolini. Bueno,
en esa casa se hablaba de otra manera.
Y en el taller
tengo dos compañeras de mesa. Una es correntina, se llama Alicia. La otra es
jujeña y se llama Josefina. Bueno, una habla y habla y va viendo que no parece
que hayamos nacido en el mismo país. Entonces tendría que decir...: “soy hija
de gallegos, nacida en la Capital”.
Pero dije lo
mismo que dicen la jujeña y la correntina. Les dije...:
–ARGENTINA.
Me dijo:
– ¿CASADA O
SOLTERA?
¡Ay! (pausita). Soltera. Pero no cien por
ciento (pausita). Tengo una hija de
catorce años. Se llama Marta. Está en segundo año del Liceo y va por la tarde.
Por la mañana cose corpiños para el taller donde trabajo. Le puse Marta por la
mejor amiga que tengo. ¡Ay, miren...! ¡Me parece mentira que yo sea la madre!
(Une las manos y mira hacia arriba conmovida.)
¡Es tan
inteligente y tan fina! El padre, por lo que recuerdo, era simpático, pero no
creo que fuera muy inteligente. Tal vez por falta de instrucción. A mí, ustedes
ya me ven, ¿qué se puede esperar?
Miren, yo pienso
a veces en cosas muy tristes. Pienso en cuando quedé embarazada. Claro, cuando
mamá lo supo había pasado bastante tiempo. Miren... ¡no me animaba! ¡Ay, cómo
se puso! ¡Ay, qué cosa más horrible! ¡Parecía loca! Cuando leo en los diarios
que han torturado a alguno, yo pienso si será peor que lo mío cuando mis padres
lo supieron. ¿Y todo por qué...? Si uno la ve a Marta, puede preguntarse
eso...: “¿por qué tanto lío?”. Mi padre, que en paz descanse, después se puso
chocho con la nieta. A mi madre la veo cuando charla con Marta y pienso...: ¿y
si le digo ahora, “mamá, ¿por qué me hiciste tanto lío?”. No ¡claro que no se
lo voy a decir! Ella tenía sus ideas en la cabeza. Ahora todavía me aguanto
cosas del chusmerío, pero yo la miro a Marta y me digo...: “¿qué me importa?”.
Marta es lo mejor que hice en mi vida. Una tía mía se murió soltera y sin
hijos. ¡Pobre! ¡Si por lo menos hubiera tenido un hijo! Porque después de todo,
el marido es secundario si una puede trabajar.
Con la nena no
me pude casar. Porque una puede aguantarle a los hombres ciertas cosas porque
no son perfectos y al fin de cuentas no tenemos nada mejor. Pero es algo
personal. ¿Cómo podía meter en mi casa a un hombre que tiene que ver conmigo,
pero no sé si se llevará bien con Marta? Es un asunto muy delicado y yo lo
cuido mucho.
Marta me dijo
una vez: “mamá, ¿por qué no te casas? ¡Sos tan joven y tan linda!” (sonríe enternecida). Así nos ven los
hijos (transición.) Ahora estoy
saliendo con el Daniel. Porque las mujeres también tenemos sentidos. Vamos a ver
qué pasa. Pero al fin de cuentas soy soltera, así que le dije...:
–SOLTERA.
Me dijo:
– ¿DE QUÉ SE
OCUPA?
Me levanto a las
seis y media de la mañana. Pongo la leche al fuego y me meto en el baño. Mi
madre me oye y se levanta y llega a la cocina antes de que se escape la leche.
Después tomo el colectivo 42 en Chacarita y me voy a Pompeya, al taller. Con
las dos chicas que les dije, revisamos el trabajo de las costureras de afuera
como Marta. Dale y dale mirar corpiños (ríe).
Cuando salgo veo un corpiño flotando en el aire (transición). De las doce a las dos de la tarde...: tomo el
colectivo para casa, como, lavo las cosas en la pileta del patio –porque si la
dejo a mamá le ataca el reuma–, vuelvo al colectivo y de dos a seis sigo
mirando corpiños. A las seis y diez otra vez el colectivo. Hago mi higiene
personal y la de la casa. Comemos. Escuchamos algunos noticieros para saber
cómo marcha el mundo, y nos vamos a dormir.
Me ocupo de todo
eso. Pero, claro, la pregunta era para saber si una es abogada, o artista, o
profesora, o portera, o empleada; y como yo no soy nada de eso, le dije...:
–OBRERA.
Me dijo:
– ¿DÓNDE VIVE?
En uno de esos
departamentos antiguos, de corredor. Tiene tres piezas y una piecita con
escalera. Yo alquilo una pieza y la piecita.
Antes mi mamá
dormía en la piecita, pero ahora con las várices no puede subir. Entonces pasó
Marta arriba, que por otra parte le viene bien para estudiar. Claro que mamá se
hace mala sangre porque se levanta mucho de noche – ¡es increíble el líquido
que suelta!– y piensa que no me deja dormir; pero una se acostumbra.
El problema es
con la gente que nos alquila. Quieren que desocupemos y nos hacen la guerra.
Sobre todo lo siente mamá, que se mete en la pieza cuando está sola para no oír
cosas desagradables. A mí me respetan más porque tengo mi carácter, pero
andamos como perro y gato. Y una comprende, ¡pobre gente!, necesitan el
departamento. Pero, ¿qué se puede hacer?, ¿dónde me meto? Si alguien de ustedes
sabe de un departamento, no importa que sea viejo y no esté pintado; si me hace
el favor, deja dicho aquí o a don Pascual del almacén, yo se lo voy a agradecer
mucho. La verdulera me habló de una señora sola y enferma que quiere alquilar
una parte para tener compañía. Vamos a ver si tengo suerte. Pero, como ustedes comprenderán,
no era esto lo que me preguntaban, así que dije:
–OLLEROS 3710.
Me dijo:
–FIRME AQUÍ.
Me puse los
anteojos de ver de cerca y firmé.
(Mira a la platea con complicidad, sonríe, se
encoge de hombros).
APAGÓN
En Teatro breve contemporáneo
argentino (1981)
Julio Mauricio (1919)